Es una joya del romanticismo portugués del siglo XIX, una colorida mezcla de estilos arquitectónicos y decorativos que se levanta en la sierra de Sintra, un lugar con encanto y una mágia muy especial con mucho que ver, la cual fué declarada Patrimonio de la Humanidad en 1995, llena de villas, palacios de cuento y preciosos jardínes que la convierten en un lugar idóneo para perderse.

No es un palacio triste precisamente, sino que su nombre le viene de estar ubicado sobre una “peña”, un escarpado cerro peñascoso. Se levantó en 1511 un monasterio de la Orden de San Jerónimo pero el terremoto de 1755 lo dejó gravemente dañado y quedó deshabitado desde 1834. Cuando el príncipe Fernando II quiso construir aquí un palacio en 1836 apenas quedaba un edificio ruinoso. Las antiguas celdas de los frailes se convirtieron en grandes salas con espectaculares bóvedas y en 1843 el rey decidió ampliarlo añadiendo un Palacio nuevo con salas aún mayores. De hecho, los llamativos colores permiten diferenciar ambas construcciones, rosa para el Palacio viejo y ocre para el nuevo.

En la reconstrucción del palacio se mezclaron diversos estilos, motivos mudéjares y manuelinos se integran con torres góticas y mobiliario barroco en su interior, dando lugar a este extravagante y espectacular castillo. 

La puerta Monumental es la entrada principal al interior del palacio. Aquí hay que fijarse en la fachada cubierta de azulejos de estilo morisco y en la terraza del Tritón. Es una galería en la que está esculpida una figura mitad hombre mitad pez, que simboliza la creación del mundo.